Los últimos presidentes de Estados Unidos

La trayectoria personal de líderes estadounidenses revela efectos directos en la cultura y valores nacionales.

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Santo Domingo.– En todas las sociedades, la calidad del liderazgo determina la calidad del destino nacional. El poder político —cuando es ejercido por hombres y mujeres con sentido del deber, experiencia real de trabajo y conciencia histórica— se convierte en instrumento de progreso.

Pero cuando ese poder cae en manos de figuras surgidas del lumpen, de ambientes de marginalidad cultural y moral, o de redes donde se normalizan las malas costumbres, el resultado suele ser el deterioro institucional y ético de la nación.

¿Cómo ha cambiado el liderazgo en Estados Unidos desde 1945?

Estados Unidos, país admirado durante décadas por su dinamismo, su espíritu emprendedor y su disciplina social, ha sufrido un proceso de transformación moral acelerado desde mediados del siglo XX. Y este proceso no puede entenderse sin examinar el origen social, la trayectoria personal y el entorno cultural de quienes han gobernado la nación desde 1945.

Harry S. Truman trabajó. Y trabajó de verdad. Conoció el valor del esfuerzo y el sacrificio desde el campo de batalla como soldado en la Primera Guerra Mundial. Su visión del mundo no surgía de teorías, sino de experiencia concreta.

Jimmy Carter para mi el mejor ejemplo de hombre del campo, ingeniero nuclear, gobernador de Georgia, buen presidente.

Ronald Reagan también trabajó. Y aunque perteneció a la industria del entretenimiento, se enroló para servir durante la Segunda Guerra Mundial. Su liderazgo no nació del resentimiento sino de una comprensión clara de la responsabilidad y el deber.

Donald Trump, con todos sus defectos y controversias, no puede ser acusado de no haber trabajado. Construyó torres, hoteles, complejos inmobiliarios y una marca que, nos guste o no, exigió disciplina, riesgo y exposición pública.

    George H. W. Bush y George W. Bush vinieron de familias empresariales, dedicadas al petróleo, a la agricultura y a la gestión productiva real. Su entorno no era el lumpen, sino la cultura de la empresa, del trabajo y de la responsabilidad familiar.

    ¿Qué diferencias existen en el origen social de algunos presidentes estadounidenses?

    Muy distinto es el caso de quienes, sin una tradición de trabajo sólido y sin una formación ética estable, accedieron a posiciones de enorme poder.

    Barack Obama nació en Honolulu y vivió en Indonesia, hijo de un keniano brillante y de una joven norteamericana. Pero su infancia y adolescencia transcurrieron entre ambientes marginales, inestables y —como él mismo confesó en sus memorias— marcados por el uso de drogas y la compañía de círculos periféricos. Ese tipo de entorno deja huellas profundas en la percepción moral.

    Bill Clinton, por su parte, cargó consigo un historial de escándalos desde antes de llegar a la Casa Blanca, agravados después con episodios de abusos sexuales, encubrimientos y mentiras públicas. Según múltiples reportes, su juventud estuvo rodeada de comportamientos que serían inadmisibles en cualquier sistema político sano.

    Cuando individuos marcados por experiencias marginales, ausencia de disciplina laboral o hábitos nocivos llegan a posiciones de poder supremo, el impacto sobre la cultura nacional es inmenso. Su ejemplo se propaga, se normaliza y termina moldeando la conducta de instituciones enteras.

      Los problemas sociales, morales y de descomposición cultural que hoy afectan a los Estados Unidos no surgieron de la nada. Tampoco pueden explicarse solamente por factores económicos o tecnológicos.

      Las naciones —como enseñan la historia y la sociología política— se parecen a sus élites.

      Cuando las élites trabajan, la nación trabaja.

      Cuando las élites se degradan, la nación se degrada.

      Cuando las élites vienen del esfuerzo, la sociedad avanza.

      Pero cuando las élites provienen del lumpen, del resentimiento o de entornos cargados de malas costumbres, la política se convierte en un vehículo de revancha, improvisación y caos moral.

      ¿Cuál es el impacto del liderazgo en la cultura y valores de Estados Unidos?

      Desde 1945, Estados Unidos pasó de ser un ejemplo global de disciplina moral y trabajo productivo a convertirse, en muchos aspectos, en una sociedad abierta al consumo masivo de drogas, a la desintegración familiar, a la violencia urbana y a la politización extrema.

      No es casualidad. Es consecuencia.

      Consecuencia del tipo de liderazgo que predominó, de la cultura que emanó desde la Casa Blanca y de los valores —o antivalores— que se instalaron como norma entre muchos sectores de poder.

      La historia demuestra que las sociedades se levantan o se hunden según la altura moral de quienes las dirigen. Estados Unidos, como cualquier nación, necesita líderes que conozcan el valor del trabajo, la importancia de la familia, la dignidad del obrero, del agricultor, del constructor, del ganadero, del empresario.

      Necesita líderes formados en el mundo real, no en los márgenes.

      Porque solo quienes han trabajado de verdad comprenden lo que está en juego cuando se gobierna un país.

      Victor Grimaldi Céspedes

      Victor Grimaldi Céspedes

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